martes, 13 de octubre de 2015

Águila.

Su mirada se veía triste, como la de un águila. Su sonrisa no se hacía presente y sus labios esperaban por un beso suyo.
Su cabello caía sobre uno de sus ojos,  y su nariz pequeña me ponía la piel de gallina. Tal vez ocultaba algo, una fotografía así no se veía todos los días.
Suspiré y mis labios quedaron entre abiertos, como si esperaran juntarse con los de ella.
No la conocía, no sabía si era real, tal vez el fotógrafo buscaba ese efecto, la intriga por tanta belleza.
La gente que pasaba a contemplar aquella fotografía no veía lo mismo que yo, no la sentían propia, no sentían ese deseo lujurioso de besar a la mujer que se encontraba allí plasmada. 
Quedaban solo algunos minutos para que terminara la exposición, me atreví a buscar aquel que haya capturado tantos sentimientos en una fotografía. Nadie sabía donde se encontraba esa persona.
Poco después, cuando ya todos los fotógrafos habían retirado sus obras de las paredes y mesas, pude ver la silueta de una mujer tomando aquella fotografía que me había robado hasta la última gota de cordura.
Me paré lo más rápido que pude y fui hasta ella, tomándola de la mano. Me miró. Era ella, la dueña de la fotografía, la dueña de esos ojos de águila.
Me sonrió y me susurró: —¿Te gusta? Me la tomé para vos, mi amor. 

—GN. 

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