No sé qué me
atrapó, si su mirada celeste,
suave como
el cielo en primavera,
o los rizos
que caían sobre sus hombros.
La
profundidad de sus palabras me aturdía,
como el rock
a un amante de la música clásica.
Poseyó el
lado más frío de mi corazón
y lo
convirtió en un hogar,
un hogar
donde descansan sus suaves caricias
y sus besos
eternos.
Lo que más
dolió no fue el adiós,
si no la
manera en la cual sucedió.
Sus palabras
pasaron de ser dulces melodías
a la hiel de
mi corazón que está clavada en mí,
como la excálibur
en la piedra encantada.
Déjame ser
el rey Arturo,
aquel que te
posea,
mi amor te
protegerá
en el camino
que nos queda.
-GN.
-GN.